Colaborando con el enemigo. Apuntes sobre un libro de Adam Kahane [1]

Por César Bedoya G.

Manuel Santos, ex Presidente de Colombia y premio Nobel de la paz en 2016, lideró el proceso de acuerdo de paz entre la guerrilla de las FARC y el gobierno. Esfuerzo descomunal que contribuyó a cerrar parte de una historia de más de cincuenta años de violencia política. Considerando además que antes de su intento hubo algo de diez que no prosperaron y que, en no pocas veces, empeoraron el escenario del conflicto. Desde esa personal experiencia, introduce el libro de Kahane con una afirmación contundente: “La naturaleza de la colaboración es más compleja de lo que pensamos” (p.19).

En efecto, el sentido común nos lleva a considerar que colaborar implica básicamente esforzarnos en ponernos de acuerdo sobre los puntos en los que no coincidimos o en hacer causa común para lograr un objetivo compartido. Las partes involucradas en un desacuerdo o desavenencia plantean sus posiciones, clarifican y visibilizan sus intereses y necesidades, lo que va empedrando el camino hacia el ansiado acuerdo que resuelva la desavenencia. ¿Pero qué pasa si además de tener posiciones opuestas, percibir que no hay coincidencias en los intereses entre las partes, se suma a eso la desconfianza profunda, la antipatía y hasta el rechazo visceral?

Kahane, producto de su experiencia en facilitación de procesos multiactor complejos, nos ofrece la noción de acción colaborativa, empezando por preguntarse de manera general cómo es que funciona la colaboración y cómo no funciona. Avanza haciendo la diferenciación entre lo que denomina la colaboración convencional, oponiendo a ella la existencia de una colaboración más bien flexible. La convencional tiene que ver con aquella que nos dicta el sentido común: más o menos todo bajo control, todos los implicados esforzándose para remar en el mismo sentido. La colaboración flexible pasa, en cambio, por reconocer que existe un conflicto activo asociado al rechazo entre las partes, la confianza entre los implicados es mínima o inexistente y sobre ese reconocimiento es preciso avanzar; entrar a un juego que tiene como condición de partida la incertidumbre tota.

En este punto podríamos incorporar un breve giro desde la neuropsicología, que recientemente le ha dado certificado de existencia plena al inconsciente, haciendo la salvedad siempre, que no necesariamente está asociada al concepto que desarrolló Freud en los albores del siglo pasado; sino considerando que, en efecto, una gran cantidad de los procesos mentales funcionan en esa dimensión no advertida, que tiene en el caos una de sus principales características[2]. Siendo esto así, cuando se instala la incertidumbre en una circunstancia determinada, la fórmula fundamental a la que apela nuestro cerebro: “Me quedo, me voy”, entra automáticamente en operación. Si sumamos a esta situación (incertidumbre) desconfianza y rechazo, el escenario obviamente se pone bastante denso, por decir lo menos.

Kahane, nos dice que si a lo que estamos acostumbrados es a pensar en básicamente confiar de antemano que la posibilidad de identificar objetivos comunes entre las partes, que es cuestión de esfuerzo y un diestro manejo metodológico de la interacción; que construir confianza pasa básicamente por mejorar nuestras capacidades comunicativas o a desplegar nuestras mejores disposiciones empáticas. Resulta que en situaciones altamente complejas mejor es empezar por reconocer que intentamos colaborar con alguien en el que no confiamos o hasta rechazamos abiertamente su sola presencia, a que debemos descentrar nuestra concentración en las metas colectivas y en la armonía entre las partes para pasar a librarse a la experimentación, de buscar cambiar a la otra parte, y en cambio buscar cambiar uno mismo el juego propio que (inconscientemente) queremos jugar. En nuestro marco consciente, de pronto entran a tallar las nociones disonantes de incertidumbre, desorden, caos, ensayo-error, con las que se deberá avanzar a tientas.

Otro interesante postulado de Kahane es el de la “Cocreación”. Esto pasa por la conexión con lo que se busca lograr, no asumiendo el rol de parte, en el sentido de tener una posición clara y tajante frente al hecho o tema en disputa, sino como parte de un proceso en el que, uno es capaz de sacarse el propio sobrero y disponerse a acoger aquello que inicialmente rechazamos y a lo que nos oponemos. Sobre ese compromiso de ser “parte” del proceso y no defensor de posiciones, disponerse a “la experimentación sistémica con diferentes perspectivas y posibilidades” (p.37). 

De otro lado, está lo que denomina “enemificación”, que juega en contra de la acción colaborativa. Es una práctica más que extendida. En un intercambio, en una negociación, en la política, no tengo oponentes o rivales, tengo enemigos acérrimos y como tal deben ser derrotados. Incorporando nuevamente el giro neuropsicológico, considerando que nuestro cerebro es el órgano que nos cuida, dispone su despliegue neural para considerar a quien rechazamos como el agente al que hay que atacar o del que hay que huir. A esta reacción primaria, considerando también que una característica fundamental de nuestro cerebro que es su plasticidad[3], la propuesta de Kahane, nos parece que apela al hecho que podemos ser capaces de buscar una zona intermedia entre el atacar o huir, y desde ahí disponernos al juego complejo de colaborar.

Otro elemento audaz que plantea Kahane, lo hace a través de la afirmación “la colaboración no siempre es lo correcto o la opción equivocada” (p.61). Además, hay que considerarla como opción móvil dentro de las que existen para abordar situaciones problemáticas: Colaborar, forzar, adaptarse, huir. Hasta aquí, queda claro lo que Kahane nos quiere decir: colaborar, en su sentido convencional, funciona básicamente en situaciones poco complejas y controladas, en las otras, complejas y llenas de incertidumbre, es mejor se flexibles y estar abiertos a lo que pueda suceder, considerando casi una acción coreográfica en la que uno puede hacer la puja en un momento, en otro declarar la retirada y después volver con propuestas. El tema está en que sabemos que debemos colaborar, el cómo lo hagamos se verá en el camino.

Si de pronto traemos a colación las experiencias de los distintos espacios de diálogo a través de los cuales se abordan los conflictos sociales en nuestro país, y los ponemos a contraluz de esta noción y práctica de la acción colaborativa, nos asalta cierta sensación de ternura, por decir lo menos: Muchas buenas intenciones, bastante del recetario de la escuela integrativa aplicado mecánicamente, metodologías que priorizan los planos secuencia en los que se asume, por defecto, que una cosa debe necesariamente llevar a la otra, desconfianzas que no se desmontan sino que se ahondan porque los acuerdos no se cumplen y vuelta a la tuerca. O sea, podríamos aventurarnos a decir que debemos ser más flexibles, superar la rigidez de las fórmulas aprendidas e intentar otros caminos. Por lo pronto lo dejamos aquí con estas primeras notas sobre una propuesta que consideramos retadora. 

 

[1] Kahane, Adam (2018) “Colaborar con el enemigo. Cómo trabajar con quien no estás de acuerdo, no te agrada o no confías”. Universidad Autónoma de México. Ciudad de México.

[2] Ver: Bargh, John (2017) “¿Por qué hacemos lo que hacemos? El poder del inconsciente”. Penguin Random House. Grupo editorial. Bogotá.

[3] Ratey, John (2003) “El cerebro: Manual de instrucciones”. Debolsillo. Barcelona.

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