Pensando la escucha

Por César Bedoya G.

Pensar la escucha implica ir un poco más allá de lo que el sentido común le asigna a esta acción. Va por profundizar respecto a cómo esta se desenvuelve, en el marco del complejo proceso “percepción-acción”. Generalmente, consideramos que escuchar es algo espontáneo y si se trata de mejorarla como capacidad, es cuestión de esforzarse un poco: mirar a los ojos a nuestro interlocutor, asentir de vez en cuando y de vez en cuando parafrasear lo que nos dicen. Recibimos información de un emisor, la decodificamos dentro de un determinado marco, y hacemos, en consecuencia, una devolución; tal como está funcionalmente esquematizado en el conocido modelo Shannon-Weaver.  

Debemos caer en cuenta que escuchar es un proceso más complejo, muchas veces arduo porque implica el despliegue de funciones cerebrales que, a nivel sináptico, hasta podrían colisionar entre sí. En tal sentido,  nos parece importante avanzar en clarificar este tema sobre todo cuando nos toca estar involucrados en procesos de diálogo o negociaciones de distinto tipo. 

Oímos porque tenemos un sistema auditivo externo que hace que permanentemente estemos registrando los sonidos de nuestro entorno. Las ondas sonoras activan una serie de mecanismos automáticamente: el oído externo; canal auditivo externo; oído medio y sus componentes (martillo, yunque, tímpano, estribos); el oído interno (canales semicirculares, cóclea) y, luego que los sonidos atraviesan todo ese trayecto, acaban estimulando el nervio auditivo que es el que conecta con nuestro cerebro. Hasta aquí todo está funcionando por defecto, no hay voluntad de por medio, salvo optemos por taparnos las orejas, de modo que no penetren las ondas sonoras. Oír es una cosa y escuchar otra distinta. La función de escuchar precisa ser entendida en su propia complejidad. Reconocer que alternan acciones voluntarias y otras que más bien tienen que ver con procesos inconscientes. Procesos, además que, como dijimos, podrían colisionar entre sí. 

Los aspectos, entre otros, que hacen compleja la acción de escuchar, es que una gran porción de nuestro funcionamiento cerebral es inconsciente, en el sentido que ahora lo entiende la nueva ciencia neurológica[1]. El objetivo básico de nuestro cerebro es el de protegernos (evaluar permanentemente nuestro entorno y generar respuestas automáticas de huida o ataque). En situaciones que consideramos de riesgo, de manera automática, nuestro cerebro empieza a evaluar opciones de respuesta. Los conectomas (procesos sinápticos radiculares simultáneos y no lineales) que se activan lo hacen en ese sentido. Nuestra atención, concentración se afinan para prepararnos en determinado curso de acción, poniendo siempre por delante nuestra preservación. Si escuchamos algo que entra en contradicción con nuestras convicciones o intereses, automáticamente vamos a empezar por internamente cuestionarlo o rechazarlo; nuestro cerebro prefrontal se pone a trabajar y nos prepara para reaccionar[2].

La denominada escucha activa es un recurso que busca mejorar está acción para no solamente capturar de mejor manera lo que nuestros interlocutores nos quieren decir, sino también para poder generar un ambiente empático, seguro y de confianza entre quienes interactúan contribuyendo así a un intercambio más enriquecedor para las partes implicadas. Escuchar con todo el cuerpo es la recomendación básica. Hacer contacto visual, asentir en muestra de acogimiento de lo que nos dicen, desplegar distintos recursos del lenguaje no verbal que indiquen atención, dar retroalimentación sobre lo que nos transmiten, poner en nuestras palabras lo que nos están diciendo, parafrasear. Poner en marcha estos recursos implica determinada voluntad. En este caso, de manera consciente y voluntaria, activamos las funciones superiores de nuestro cerebro, que tienen que ver con los aspectos cognitivos, la atención, la concentración y la memoria, lo que Friedrich Hayek llamó “el orden sensorial”[3]. En este punto, los procesos sinápticos entran en acción, tormentas neuronales empiezan a desplegarse en cadenas no necesariamente lineales.  

En tal sentido, disponernos a escuchar de manera voluntaria (activa) puede generar en nuestro sistema neuronal distintos niveles de “corto circuito”. Automáticamente, los conectomas activados se disponen a evaluar qué decisiones tomar en función de “protegernos”; mientras que a nivel consciente buscamos denodadamente ir en sentido contrario: disponernos, abrirnos a nuestro interlocutor, evitar la evaluación interna constante de lo que nos están comunicando (y que muy probablemente no nos gusta, no aprobamos o de plano rechazamos). Así planteado el tema, escuchar implicaría básicamente saber “parar la oreja”, pero en el sentido en el que nuestra actividad cerebral (inconsciente) dicta. Por defecto, nos vemos impelidos a desplegar distintas formas de escucha,  reactiva o receptiva según sea el caso, mientras, a nivel consciente, buscamos estar presentes y tomar el control del proceso.

Planteadas así las cosas el ejercicio de escuchar atenta, activa, responsablemente implica un acto voluntario (consciente). Tiene que ver con conectar constructivamente sentidos; el nuestro y el de nuestro interlocutor, es la búsqueda por aproximar “nuestra verdad” con la del otro y buscar tender puentes, siempre considerando que habrá una zona gris, una brecha que hay que reconocer como inevitable, es ahí donde se pone en juego nuestra disposición hacia aceptar la diferencia, lo opuesto, aquello sobre lo cual eventualmente no trancemos. Esto no hay que resolverlo, hay que fundamentalmente reconocerlo y hacernos responsable de ese hecho[4]. No debemos rechazar nuestras “voces internas”, debemos aceptarlas y desplegarlas para que formen parte del intercambio con el otro. Nuestro cableado neuronal está desplegado para preservar nuestro estar en el mundo y opera en consecuencia, pero también es lo suficientemente “plástico”, es una “red viva”[5], dispuesta a adaptarse y recibir lo que desde el plano de lo consciente podemos transmitirle para generar nuevos sentidos de acción, como el de escuchar con apertura, disposición y empatía.    

 

[1] Ver: Eagleman, David (2013) “Incognito. La vida secreta de nuestro cerebro”. Barcelona. Anagrama.

[2] Un desarrollo interesante de las funciones del cerebro prefrontal se puede ver en: Fuster, Joaquín (2020) “El telar mágico de la mente”. Barcelona. Ariel.

[3] Friedrich von Hayek, antes de hacer sus aportes a la teoría económica, llevó a cabo estudios de psicología e hizo un desarrollo importante sobre la percepción como hecho psicológico. Simplificando su idea, aludió a que esta (la percepción), tiene un carácter activo, algo así como una función centrífuga que va de dentro hacia afuera y viceversa. Es así porque contamos con una memoria innata. Los avances de la neurociencia están dando base fáctica (memoria filética) a esta especulación teórica de Hayek. Ver: Hayek, F (2004) “El orden sensorial”. Madrid. Unión Editorial.

[4] Ver: Echevarría, Rafael (2007) “Actos de lenguaje. La escucha”. Buenos Aires. Granica.

[5] La noción “red viva” da cuenta, simplificando, que nuestro sistema neural no es una estructura dada, en más bien un sistema que puede transformarse permanentemente dados los acontecimientos externos. Ver: Eagleman, David (2024) “Una red viva. La historia interna de nuestro cerebro en cambio permanente”. Barcelona. Anagrama.

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